La noche del 16 de marzo de 2017 no la olvidaré en mi vida.
La recordaré como la noche de mi nombre: ‘René’, que en francés significa ‘renacido’.
Y es que esta noche tuve uno de esos momentos en los que la Vida deja de ser una verdad absoluta para convertirse en algo tan frágil y efímero como un cabello en manos de las Moiras.
Cuando aquellos dos tipos se bajaron del coche en una calle de Lima y nos apuntaron a la cara con una pistola, el tiempo se detuvo y por mi cabeza pasaron decenas de pensamientos a la vez.
Fue una dura y en cierto modo traumática experiencia. Pero todo tiene su parte positiva y de las experiencias más difíciles se aprenden las mejores lecciones de Vida.
Por eso quiero compartir este aprendizaje emocional contigo, para que al menos esta difícil experiencia tenga un significado positivo.
La verdad es que todo pasó muy deprisa
Recuerdo ver a dos tipos bajando de un coche, recuerdo pensar “Estos tipos no me dan buena onda, pero será que viven por aquí. Estamos a 3 minutos del hotel, no creo que haya peligro.” Fue el momento en el que amartillaban sus pistolas que me di cuenta de la gravedad de la situación.
Entonces sucedió algo extraño: mi mente y cuerpo reaccionaron cada uno de forma independiente. Supongo que es la reacción natural ante una situación de peligro extremo.
En mi cabeza aquello parecía irreal, como estar viendo una peli o echando una partida al GTA. Mi mente no era capaz de asimilar la gravedad y peligro de una situación tan aterradora.
Era como un “Esto no puede estar pasando” que me bloqueaba el raciocinio. No pensé, sólo actué de manera instintiva.
Y es que mi cuerpo reaccionó desde el inconsciente, con la prioridad de conservar nuestra vida y nuestra integridad física por encima de todo.
Sin embargo recuerdo sentir mucha más preocupación y miedo por lo que le estaba ocurriendo a mi compañera que por mí mismo. Ella estaba a unos metros de mí y no podía verla bien, sólo escuchaba su voz y le gritaba “¡Dáselo todo!”.
Tenía pavor de que aquellos canallas estuvieran drogados, borrachos o medio locos y se les escapara un balazo si oponíamos resistencia, ya que para esta gentuza la Vida no vale nada.
Como te decía, mi reacción fue automática e inconsciente. Abrí la mochila pequeña que tenía frente al pecho y empecé a arrojar al suelo todo lo que había dentro diciendo “¡Vale, vale, tranquilo! ¡Llévate lo que quieras!”
Recuerdo la lucha interior entre mi mente consciente y mi instinto de supervivencia.
A mi mente consciente le dolía enormemente que un mindundi con gorra se estuviera llevando mis cosas ante mi cara, sin yo hacer nada por impedirlo. Noté la chispa colérica que me incitaba a defenderme y oponer resistencia.
Sin embargo también recuerdo la ecuación básica con la que mi instinto calló de golpe a mi ego: el arma gana. Los objetos son reemplazables, la vida no.
Me jode en el alma perder mi mochila con mi móvil y tablet, toda mi ropa y los recuerdos de los últimos 6 meses de viaje. Pero no quiero acabar mi historia con dos tiros en un callejón de Lima.
Lo que llevo en las mochilas puede valer más de mil Euros, pero mi vida y la de Sarah no tienen precio. Dales todo y que se vayan cuanto antes.
Las ganas de vivir y de salir indemnes fueron más fuertes que el apego a mis posesiones. Pero todo este proceso mental ocurrió en unos segundos y de manera automática.
Quizá gracias a esta decisión involuntaria y reacción rápida e inconsciente salvamos la vida.
Soy una persona con poca tolerancia a la injusticia, que salta fácilmente en situaciones en las que el fuerte abusa del débil.
Y ver a aquel tipo a lo San Andreas forcejeando con mi Compañera de Vida me hizo sentir napalm en las venas.
Sin embargo mi instinto de conservación sabía que lo más seguro era actuar dócil y cooperar para que esos tipos se largaran antes de apretar el gatillo. Pueden llamarlo cobardía, pero de nada te sirve el valor dentro de un ataúd.
Esos cabrones se llevaron prácticamente todas mis cosas, sin embargo cuando giré la cabeza y vi la cara de Sarah ensangrentada todo lo material cayó 3 o 4 escalones hacia abajo en la lista de prioridades.
No hay nada tan doloroso como ver a un ser amado sufriendo. Así que encontrarme con aquella dulce mirada de ojos azules cubierta de sangre y aturdida por el miedo me dejó paralizado de terror.
Los muy animales le habían golpeado en la cabeza con la culata de la pistola, sólo porque intentó sacar el pasaporte de su mochila.
Tenía dos pequeñas brechas en la cabeza, nada grave, pero sangraba abundantemente y yo me asusté como nunca en mi vida al no saber lo que había ocurrido.
Me acerqué para abrazarla y mi brazo se manchó con la sangre que le impregnaba el pelo.
Con terror a escuchar la respuesta pregunté “Estás bien?” Ella me miró todavía con el miedo en los ojos, pero asintió y dijo “Sí, tranquilo. Es sólo un golpe, estoy bien”.
Al menos pude respirar tranquilo. Estábamos sanos y salvos.
Mientras esperaba a que llegaran los servicios de emergencia nos sentamos en el banco de un restaurante cercano. En mi interior bullía una mezcla de emociones que me estaba abrasando: sentía rabia, miedo, tristeza… Pero también gratitud por encontrarnos bien.
También me sentía en parte víctima, en parte culpable. ¿Por qué a nosotros? ¿Por qué en este lugar? ¿Por qué no habremos tomado un taxi en vez de caminar? ¿Por qué bla bla bla…?
Pero curiosamente, por encima de todo, sentía amor. Un amor en carne viva y tan fuerte que casi se hacía doloroso. Amor por la mujer que tenía a mi lado, por su valor y fortaleza, por tenerla allí sana y salva.
Sólo de imaginar lo que podía haber pasado se me hacía un nudo en la garganta. ¿Y si nos obligaban a entrar en su coche, nos secuestraban, violaban, mataban…? Sentía pánico sólo de pensarlo.
Pero estábamos allí, juntos y a salvo, pasando aquella dura experiencia abrazados en la noche. Y yo no podía sentir más amor.
Un amor intenso que calmaba en parte toda la ira, el miedo y la culpabilidad que se escondían debajo.
Ya cuando su cabecita estuvo curada y la denuncia interpuesta, llegó la tristeza por la pérdida material.
Mi móvil, mi tablet, mi querida mochila que ha sido mi armario estos últimos 6 meses, toda la ropa cómoda y viajera que estaba dentro…
Pero sobre todo por los objetos de valor sentimental y difícilmente reemplazables, como mi diario de viajes, mi ukelele, los regalos que tenía para familia y amigos, la ropa y recuerdos que compré en Asia…
Objetos personales con valor sentimental que probablemente acaben en el cubo de basura si esos pendejos no consiguen venderlos.
Cuando los atracadores se marcharon de allí para meterse de nuevo en el coche vi como uno de ellos se alejaba caminando con mi mochila colgada del hombro.
Esa mochila Quechua de 50 litros con la que tantos viajes he realizado en estos últimos 7 años se despedía de mí como diciendo “Éste es mi último servicio. Me entrego para salvarte la vida. Adiós, compañero de viaje”.
Que a un mochilero le quiten su mochila es como si a un violinista le roban su violín. Duele mucho
Pero estamos vivos, y la vida no se puede comprar o reemplazar.
Así que doy gracias al Universo por haber vivido esta dura, intensa e inolvidable experiencia. Y espero sacar de ella una gran lección de vida.
Porque toda la gloria es nada, toda vida es sagrada.
FAMILIA ^^
Queríamos salir de allí. Dejar Lima era nuestra prioridad número uno. Entre el estado de crisis en que se encontraba la ciudad por las inundaciones y el desafortunado robo del ... Read more
La noche más oscura de Lima (II)
Las inundaciones habían cortado prácticamente todas las carreteras del Perú, así que nuestro plan de viajar a la costa norte del país se nos antojaba imposible. Tras preguntar en varias ... Read more
Deja una respuesta