Tras maravillarnos con la belleza del lago Titicaca no podíamos irnos de Bolivia sin visitar uno de los lugares más impresionantes del mundo: el salar de Uyuni.
Este lugar se encuentra a unas 12 horas de La Paz y es conocido por ser el desierto de sal más extenso del mundo.
En la época seca se pueden ver llanuras cubiertas de polvo blanco como si fuera nieve, pero siendo en este caso la sal producida por la evaporación de las aguas.
Sin embargo en época de lluvias este lugar se cubre con una capa de unos 5-10 cm de agua, lo que convierte a este desierto en un gigantesco espejo con efectos espectaculares. Y ése era nuestro próximo destino
Dejamos Copacabana en un maltrecho bus que nos acercó hasta la antigua capital de La Paz. El viaje se puso todavía más interesante cuando nos avisaron de que a mitad de camino había que bajarse para que el bus pudiese cruzar el río… ¡en una lancha de madera!
Una vez en La Paz tuvimos algunas horas para recorrer el centro histórico, incluido el Palacio de Gobierno desde donde el señor Evo Morales maneja los hilos de la nación.
A las 7 de la tarde tomamos un bus nocturno bastante cómodo y 10 horas después estábamos entrando en la ciudad (casi pueblo grande) de Uyuni.
El espectáculo a la llegada resultó bastante cómico. Eran las 5 de la mañana y por la calle deambulaban decenas de viajeros mochileros en busca de algo que comer y donde poder esperar a que abriese el primer hospedaje.
Acabamos todos en una diminuta cafetería que hacía su agosto cada mañana con los buses repletos de turistas.
Después de comer algo y tomar una taza de cacao caliente nos alojamos en uno de los pocos hostales de la ciudad que no tenían precios exorbitantes por una modesta habitación doble.
Descansamos unas horas y llegó el momento de explorar el famoso Salar.
Pero como siempre tomamos la alternativa aventurera y, en vez de unirnos a uno de los muchos tours que salían en la mañana, tomamos un taxi hasta el cruce de la carretera y de allí caminamos unos 5 km hasta el inicio del Salar.
Una vez frente aquella vasta llanura líquida nos quitamos los zapatos y durante una media hora caminamos tierra adentro.
El suelo formado por minerales estaba pulido por el paso del agua y la evaporación, de manera que tenías la sensación de caminar sobre las aguas de un lago con la textura del mármol.
Además el cielo se difuminaba con el suelo en el horizonte mientras las nubes se duplicaban en su propio reflejo, dando la sensación de estar en un extraño planeta. Algo realmente impresionante.
Tras unas cuantas horas correteando descalzos por el salar regresamos a la orilla y desde allí un par de tipos simpáticos nos llevaron de regreso al pueblo de Uyuni.
Estábamos ya hambrientos y con ganas de descansar, pero yo no había tenido suficiente desierto y me apunté a una de las excursiones llamadas “Starlight & Sunrise” que salían a las 3 de la mañana.
Dormí unas pocas horas y a las tres menos cuarto estaba frente a la agencia de turismo comiendo una grasienta hamburguesa mientras los pueblerinos regresaban borrachos a sus casas tras una noche de juerga carnavalera.
Éramos un grupo de 7 coreanos, el conductor y yo. En el camino hice buenas migas con los coreanos y nos adentramos con nuestro todo-terreno varios kilómetros adentro del salar.
Cuando bajamos del coche estábamos en medio de la oscuridad, pero a nuestro alrededor se mostraba un cielo estrellado como nunca en mi vida había visto.
Miles de estrellas iluminaban aquel telón oscuro del universo, que a su vez se reflejaba en el espejo de agua que teníamos sobre nuestros pies. Era como caminar por el espacio, algo increíble.
Mientras los coreanos sacaban decenas de fotos yo me alejé unos cuantos metros del grupo, lo suficiente como para no escuchar más sonido que el del viento en mis oídos.
Estando allí solo, frente a frente con el Universo, fui consciente de lo insignificantes que parecen los problemas mundanos frente a aquel vasto infinito.
Absorto en aquel mágico lugar mis pensamientos se entrelazaban con las decenas de miles de estrellas que brillaban en todas direcciones.
Y así, poco a poco, el sol fue ganándole la batalla a la noche y la luz del alba comenzó a asomarse por el horizonte.
Ese amanecer con su reflejo en el espejo que formaba el salar fue sin duda uno de los espectáculos más conmovedores que he presenciado en toda mi vida. Una obra maestra de la naturaleza ante mis ojos.
El tiempo pasó volando en aquel lugar y cuando me quise dar cuenta ya eran las 7 de la mañana y debíamos regresar.
Una vez de vuelta en el hotel empacamos las cosas y salimos hacia el norte en dirección a la ciudad de Oruro.
Dejamos atrás el salar de Uyuni, pero nunca olvidaré aquel cielo que me hizo sentirme tan insignificante y afortunado al mismo tiempo
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En ocasiones pueden tomarse pequeños problemas como auténticas tragedias.
“¡Oh dios mío, he perdido el abono transporte! ¡Suspendí el parcial de estructuras! ¡Mi chica me dejó por un pijo pendejo!”
Sin embargo un cambio de perspectiva puede hacer que el tamaño y consecuencias de esos problemas se reduzcan de forma drástica.
Si miras cara a cara al universo y te haces consciente de que hay un trillón de estrellas a tu alrededor todo parece mucho más simple, banal y nimio.
Y esto, al menos a mí, me hace sonreír
Porque al final todo problema es una cuestión de perspectiva: la forma en que vemos el problema es el problema.
“Somos una estrellita de nada en la periferia de una galaxia menor.
Una entre tantos millones, y un grano de polvo girando a su alrededor.
No dejaremos huella,
Sólo polvo de estrellas”
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