Hace unos cuantos años que Christian, un buen amigo de la universidad, me puso el apodo de «el encantador de jefes».
La historia viene de cuando yo trabajaba como becario en una oficina de igeniería y recomendé a mi amigo, que tambien buscaba créditos de prácticas, para que le hicieran una entrevista.
El manager que le entrevistó le habló tan bien de mí y de lo contentos que estaban con mi trabajo que, cuando unas horas más tarde charlábamos sobre la entrevista cerveza en mano, bromeó con sorna sobre si yo había ofrecido algún tipo de favor sexual en la empresa.
Aún hoy seguimos en contacto y recordamos aquella anécdota con una sonrisa.
Y es que durante los doce años que llevo trabajando en empresas de ingeniería, siempre he conseguido alcanzar una relación de win-win con mis superiores.
(Menos una vez, en un estudio de arquitectura en el que el jefe era un déspota y no duré ni una semana.)
Cuando hablo de win-win (ganar-ganar) me refiero a crear una situación ventajosa para ambas partes:
– Por un lado, mi superior y la empresa para la que trabajo consigue los resultados esperados o incluso mejores
– Por otro lado, obtengo las condiciones laborales que deseo y que me hacen trabajar cómodamente
Si lo piensas, ambos objetivos se complementan y se retroalimentan en un ciclo que tiene dos componentes:
El valor que aportas y las ventajas laborales que obtienes.
La relación es simple:
Cuanto más valor aporte a la empresa, más me van a valorar.
Cuanto más me valoren, más podré pedir/exigir.
Cuanto más pueda pedir/exigir, más voy a conseguir.
Cuanto más consiga, más satisfecho me sentiré.
Cuanto más satisfecho me sienta, mejor voy a rendir.
Cuanto mejor rinda, más valor aportaré a la empresa.
Un ejemplo:
Cuando trabajaba en esa empresa de la que te hablaba al principio, me surgió la oportunidad de participar como voluntario en un proyecto internacional en los Alpes suizos durante 3 meses.
Era una oportunidad que no iba a desperdiciar, pero por otro lado corría el año 2010 y la crisis pegaba fuerte en España.
No era buen momento para jugársela ni dejar trabajos alegremente.
Así que le propuse a mi jefe un permiso sin sueldo de 3 meses e incorporarme a mi regreso de Suiza.
Yo era un chavalín recién salido de la universidad y perfectamente me podrían haber dado la patada.
Pero resultó que meses antes había introducido un nuevo sistema en la empresa para automatizar la elaboración de proyectos a través de una base de datos, reduciendo tiempos y costes de manera considerable.
Como el valor que aportaba era elevado, mi apuesta también lo era. Hice all-in y salió bien la jugada.
Me pasé 3 inolvidables meses entre las montañas de los Alpes y regresé a mi puesto de trabajo al día siguiente de aterrizar de nuevo en Madrid.
Lo mismo podría decirte de mi situación actual. Trabajar con horario y localización totalmente flexibles me resulta un verdadero lujo. Poder elegir si me levanto a las 6 de la mañana o a las 9 y media, si trabajo desde la oficina, desde mi casa en pijama o desde un pueblo de Asturias. Esta libertad para mí tiene un valor enorme.
Pero para alcanzar esta libertad sé que debo aportar un valor de la misma magnitud.
Aportar un valor extra que la empresa esté dispuesta a pagar, no sólo con un buen salario, sino sobre todo con tiempo y libertad.
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