Hace no mucho, no mucho tiempo, allá por los años noventa, vivían en el bosque de la Sierra de Guadarrama un caracol y un gusano.
Perdedor era un caracol de concha blanda y mala baba. Fracasado, su mejor amigo, era un gusano salido de una manzana podrida.
Perdedor y Fracasado nacieron casi a la vez, y se habían criado en un barrio obrero a las afueras del bosque, bajo un par de troncos caídos de pino silvestre.
Como eran vecinos, Perdedor el caracol solía ir a jugar a casa de su amigo el gusano. Entonces, los padres de Fracasado les contaban que allá, en el centro del bosque, crecían árboles muy nobles y altos. Y que los insectos afortunados que allí vivían entre nogales, abedules y robles tenían las hojas más verdes y el estiércol más sabroso de todo el bosque.
Y que como ellos habían tenido la mala suerte de nacer entre matorral seco y madera podrida, se tendrían que conformar con una vida mediocre, siempre preocupados por no perder el trabajo en invierno o que un fondobuitre se les comiese.
Cuando el caracol regresaba a su casa y le preguntaba a papá Perdedor si todo aquello era cierto, su padre le respondía que sí, que la vida era dura en aquél rincón del bosque, pero que su suerte y su futuro no dependían sólo de las circunstancias que le habían tocado, sino sobre todo de las circunstancias que él fuese capaz de crear.
En el Colegio de Primaria La Arboleda, cuando llegaba la hora del recreo y todos los insectos salían a jugar su partido de fútbol,
Perdedor y Fracasado siempre eran los últimos en ser elegidos para el equipo.
Como eran los más lentos y los menos hábiles con el balón, los insectos coolde la clase y capitanes del equipo, un saltamontes engreído y una presumida mariposa, nunca querían jugar con ellos.
Perdedor hizo todo lo posible por mejorar sus habilidades con el balón, pero siempre llenaba el campo con sus babas y al final sólo recibía broncas y collejas de sus compañeros.
Fracasado directamente ni lo intentó. «Para qué esforzarse, si no merece la pena» le decía a su amigo, y se quedaba en un rincón jugando con su GameBoy Advance.
Cuando pasaron al Instituto de Enseñanza Secundaria Follaje Frondoso, Perdedor y Fracasado fueron juntos a la misma clase. Les salieron los primeros granos de acné y les pusieron corrector dental. Y los dos se sentían tremendamente tímidos e inseguros.
A Perdedor le gustaba una linda Mariquita que se sentaba tres pupitres a su derecha, y durante dos cursos estuvo intentando quedar con ella para ir a tomar unas gotas de agua al bar El Riachuelo. Sin embargo no lo consiguió, ya que Mariquita se lió con una Hormiga-Soldado de tórax prominente y lenguaje soez, que de vez en cuando se burlaba de las zapatillas del Alcampo de Perdedor.
A Fracasado también le gustaba una Polilla de su misma clase, pero nunca dijo nada ni hizo nada. «Para qué esforzarse, si no merece la pena» repetía sin cesar a su amigo caracol. Entonces se ponía los auriculares con Forest-Trap a todo volumen y se sentaba en el autobús a jugar con su PSP.
Tras graduarse de la secundaria, Perdedor y Fracasado no sabían qué hacer con su vida, así que decidieron hacerse ingenieros porque, según contaban por ahí, ‘el estiércol sabría mejor con un título de ingeniería’.
Aunque tanto el caracol como el gusano fueron siempre buenos estudiantes, empezaron en la escuela de ingeniería y les dieron palos por todos lados. Ambos invirtieron cantidades ingentes de horas en la biblioteca que había bajo la Piedra Mayor del barrio y sin embargo no llegaron a aprobar ni la mitad de las asignaturas.
Perdedor fue a hablar con los profesores, pidió exámenes de otros años a antiguos alumnos y no se perdió una sola de las revisiones de examen.
Fracasado, por su parte, no hizo nada de eso. Se limitó a pasarse el verano yendo y viniendo de la biblioteca, cabizbajo, agobiado y triste. Cuando se cruzaba con su amigo el caracol, siempre le decía «Para qué esforzarse, si no merece la pena», y se metía en su casa a subir fotos al Tuenti.
Con más pena que gloria, mucho sudor y alguna chuleta, Perdedor y Fracasado lograron licenciarse como ingenieros. A ambos amigos les contrataron como becarios en una empresa líder en el sector por 50 horas semanales y un sueldo de mierda.
Perdedor intentó desde el principio aprender todo lo posible de aquella experiencia. Se leyó unos cuantos libros técnicos que había por allí, preguntaba a los compañeros más antiguos y siempre pensaba en nuevas ideas y métodos que pudieran hacer más eficiente su trabajo del día a día.
Fracasado, sin embargo, hacía lo mínimo que le pedían y en cuanto tenía la oportunidad se bajaba a fumar a la calle o se metía en el WC a dejar comentarios en Facebook.
Un día, mientras tomaban unas insectobirras tras un largo día de oficina, Perdedor le dijo a Fracasado «tío, me voy de aquí. Voy a irme al Centro del Bosque a intentar empezar una nueva vida bajo un Roble o un Nogal. Sé que será difícil, pero siento que debo intentarlo.
Fracasado le respondió lo que él ya esperaba escuchar: «Para qué intentarlo, no merece la pena».
8 años después de marcharse, Perdedor regresó de Roble-Landia y pasó por el barrio a visitar a Fracasado. Cuando su amigo el caracol terminó de contarle sus aventuras, lo difícil que había sido el camino y lo a gusto que se encontraba ahora en Roble-Landia, Fracasado el gusano le contestó: «Los dos venimos del mismo sitio, y sin embargo a ti las cosas te han ido mucho mejor. Has tenido mucha SUERTE.»
Perdedor le miró y respondió » no ha sido suerte, ha sido cuestión de intentarlo sin cesar, a pesar incluso de los malos resultados, porque al final sí que merecía la pena»
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Un perdedor siempre tendrá muchas más alternativas, esperanzas y aprendizajes que un fracasado.
Porque ‘perder‘ es no conseguirlo, ‘fracasar‘ es directamente no intentarlo.
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